Ficciones paranoicas de fin de siglo: naturalismo argentino y policía médica

Si, como afirma Theodor Adorno, el realismo novelesco responde a una lógica cercana a la paranoia (125), el naturalismo argentino llevó esa tendencia primaria a niveles inauditos. La lógica paranoica consta de dos mecanismos fundamentales: la obsesión con los detalles y la invención de teorías omniexplicativas. Estas teorías constituyen ficciones narrativas dentro de las cuales los detalles adquieren un significado causal aparentemente irrefutable (Freud 75). Siguiendo la analogía Adorniana, podríamos decir que en el realismo clásico la apreciación de lo marginal, por ejemplo, la descripción minuciosa del cuerpo o del atuendo, servía para conectar narrativamente individuo y sociedad. En el realismo naturalista, en cambio, los mecanismos interpretativos paranoicos se usaron sobre todo para identificar a aquellos sujetos cuya mera Otredad era supuestamente origen de múltiples formas de lo patológico que “conspiraban,” a través del fantasma del contagio, contra el equilibrio sociobiológico de la comunidad nacional entendida como macrocuerpo. De este modo, con el programa experimental de Zolá, la novela argentina devino una máquina policial con la cual clasificar lo diferente.

Las ficciones naturalistas no fueron las únicas fantasías persecutorias de fin de siglo. De hecho, la visión conspirativa de lo social que encontramos en ellas respondió a un fenómeno político-cultural más amplio dentro del cual la literatura, la medicina y el nacionalismo [End Page 232] étnico colaboraron en la creación de las que yo he dado en llamar “ficciones paranoicas.”

1. Mitologías médicas del cuerpo nacional

En la segunda mitad del siglo XIX, en Argentina, el éxito de la utopía del progreso dependía, desde la perspectiva de la élite liberal, de la implementación rigurosa de un sistema de normalización y control de los cuerpos como parte del proceso de modernización y racionalización de la sociedad. 1 Este movimiento disciplinario postulaba un ideal de supervisión omnisciente de la población nacional realizado a través de múltiples formas institucionales, desde instituciones obviamente represivas como la policía hasta aparatos determinados por otras funciones tales como la salud pública o la educación estatal. Este ideal se manifestó en la imposición de lo que Foucault ha llamado un “régimen de la norma,” el cual establecía una red de valores y modelos de conducta armados sobre la oposición entre lo normal y lo anormal que atravesaba cada una de las instancias del saber sobre la comunidad (209–28). En Argentina el establecimiento de dicho sistema disciplinario se vió acompañado por el desarrollo paulatino de un aparato sanitario que, inaugurado en 1852 con la creación de la Facultad de Medicina y el Consejo de Higiene Pública, se consolidó en 1875 con la fundación del Círculo Médico Argentino y el comienzo de la publicación de sus Anales, para culminar en 1883 con la creación del Departamento de Asistencia Pública y la extensión de sus poderes de inspección y control de la población después de dos terribles epidemias en 1871 y 1881. 2 Historiadores de este fenómeno como Hugo Vezzetti y Eduardo Zimmermam afirman que la presencia masiva de los médicos y las disciplinas biológicas no fue simplemente una respuesta a los requerimientos técnicos en el orden asistencial y sanitario. Como [End Page 233] sucedió en Francia y los EEUU, la medicina superó esa función y se postuló como método hegemónico de conocimiento con el cual estudiar, clasificar y reconfigurar la población nacional.

Tomando como punto de partida la metáfora acuñada por el darwinismo social según la cual se concebía la sociedad como un organismo biológico complejo, 3 médicos argentinos como Ramos Mejía o Meléndez elaboraron un sistema de representaciones que equiparaba la salud con los caracteres permanentes de la nación. Al trasladar la distinción entre lo normal y lo patológico a la sociedad en su conjunto, el higienismo en particular ayudó a delimitar las fronteras imaginarias entre un “Yo” argentino sano y un “Otro” (interior o exterior) enfermo que debía ser continuamente redefinido. Un nuevo tipo de nacionalismo comenzó a imponerse según el cual la nación no consistía en una asociación política de iguales, como en el modelo republicano liberal, sino mas bien en un cuerpo orgánico circunscripto por una identidad biológica heredada. 4

La salud nacional, definida como pura utopía, requería que el gobierno pusiera en funcionamiento medidas intervencionistas basadas en las leyes que gobernaban el organismo, las leyes de la herencia en [End Page 234] particular. La familia era el espacio natural en el que convergían el interés político y el saber médico. Motor de la reproducción biológica y moral, la institución familiar mediaba entre la sociedad y el individuo. Una vez que la reproducción dejó de pertenecer exclusivamente al ámbito de lo privado para convertirse en una responsabilidad colectiva, las medidas sanitarias estuvieron dirigidas directa o indirectamente a la formación y continuidad de la familia biológica ideal. El médico y escritor Eduardo Wilde, autor de un curso de higiene pública, justificaba la necesidad de la supervisión de la medicina estatal por los intereses de la sociedad civil:

La sociedad tiene interés en que las enfermedades no se agraven ni se propaguen o trasmitan por herencia. Para ello los higienistas buscan todos los medios conducentes a aumentar la vida de los pueblos y de los individuos y han debido dirigir su vista hacia los matrimonios, hacia los orígenes de la población. [...] los hombres de ciencia encuentran hoy indispensable una consulta de las familias a los médicos, para establecer las aptitudes físicas propias para el matrimonio. Piensen los padres en los inconvenientes que traen a los esposos y a la propia prole la tisis, la escrófula, la epilepsia, las afecciones nerviosas trasmisibles por herencia, la estrechez de la pelvis en las mujeres que se convierte en causa de muerte en el caso eminentemente probable del embarazo, y se convencerán de la necesidad que apuntamos. 5

El énfasis en la familia y la sexualidad, así como la preocupación por las consecuencias hereditarias de ciertas afecciones mentales sobre el conjunto de la sociedad, en el sentido malthusiano, son los rasgos más notables de las buenas intenciones higienistas. No sorprende entonces que ya en la década del ochenta comenzaran a insinuarse en los escritos médicos del período los conceptos y estrategias de la Eugenesia, con sus ideas acerca de los diferentes usos sociales de las leyes de la herencia para obtener una mejor progenie. 6 El deseo de [End Page 235] imaginar la nación en términos biológicos se convirtió en un asunto de género sexual y de raza. Puesto que era a través de la reproducción que la modificación y trasmisión del componente hereditario pasaba a las generaciones futuras, se insinuó que el Estado debía regular las prácticas eróticas de la población para asegurar de ese modo el fortalecimiento de sus elementos raciales eugénicos.

El proyecto de mejoramiento de la nación como un todo se convirtió frecuentemente en el imperativo de actuar sobre ciertos grupos de la población que, como los mestizos, los negros, las mujeres y/o los inmigrantes podían supuestamente desestabilizar, por su comportamiento social o económico, el proyecto de modernización liberal de la burguesía criolla. Pero incluso los criollos acomodados, si su conducta contradecía los ideales de la moralidad burguesa, podían llegar a ser objeto de intervención de la práctica médica.

La producción de estereotipos fue la consecuencia directa de tal práctica discriminatoria. En sus análisis de la producción de iconografías discriminatorias en las sociedades occidentales, Sander Gilman considera que los estereotipos constituyen estructuras heurísticas paranoicas con las cuales el “Yo” produce imágenes de todo sujeto percibido como una amenaza. Como ese “Otro” se concibe como la antítesis de ese “Yo,” agrega, dichas imágenes ordenan el mundo de acuerdo con un conjunto de categorías con las cuales el “Yo” ya se definía a sí mismo. La idea de lo patológico habría sido siempre un índice central de diferencia. La enfermedad potencial y la corrupción del “Yo” se proyectarían hacia afuera de modo tal que el Otro devendría al mismo tiempo corrupto y corruptor (15–35). En la Argentina de fin de siglo, de todos los modelos de la patología, el más poderoso fue el de la locura puesto que no había nada más aterrorizador que la mera posibilidad de pérdida de control del yo. A menudo asociado con actos violentos (como la violación o el asesinato) los locos constituían la antítesis de los parámetros de razón y autocontrol definidores de la subjetividad burguesa. En este contexto [End Page 236] , la identidad grupal con la que se asociaba el racismo criollo servía como un medio de separar a los sanos o biológicamente aptos del resto. Por ese motivo, al estereotipo del Otro enfermo le correspondía siempre una imagen aristocrática de la familia burguesa criolla en la que el criterio de limpieza de sangre había sido reemplazado por el de la salud.

Las patologías más temidas por la paranoia eugenésica eran generalmente desórdenes mentales calificados como “intermedios” que, trasmitidos hereditariamente, activaban el proceso de degradación característico de la familia neuropática. Afecciones mentales tales como la histeria, la neurastenia y diferentes tipos de manías eran doblemente aterrorizadoras no solamente porque suponían la anulación del orden de la racionalidad, sino sobre todo porque su desarrollo era lento e imperceptible. Su misma invisibilidad aumentaba las probabilidades de contagio directo o indirecto a través del sexo y de la consecuente expansión de un capital biológico degradado.

El temor a la multiplicación indiferenciada de la locura nacía en parte de la popularidad que alcanzara a fin de siglo la teoría de la degeneración mental tal como se desprendía de ciertos tratados médicos europeos del siglo XIX. Con estos tratados el concepto de locura adquirió un alcance inaudito. No sólo las transgresiones morales se convirtieron en manifestaciones de una misma desviación morbosa hereditaria, sino que se llegó a afirmar que toda alteración fisiológica, cualquier enfermedad, tenía su origen mediato en una alteración nerviosa. Desde esta perspectiva, la degeneración no era una enfermedad más en la clasificación de lo mórbido sino “the condition of all conditions, the ultimate signifier of pathology” (Pick 8). La multirreferencialidad semántica se vió acompañada por un cruce entre el pensamiento social y el biológico. Con la teoría de la degeneración surgió por primera vez una sociología de las enfermedades. Por ello, la definición del concepto de “degeneración” resulta incomprensible si no se presupone la existencia de una norma ideal, en contraste con la cual se definen los grados de alteridad de la diferencia patológica. Sistemáticamente, en el siglo XIX, la norma establecía el perfil de un tipo deseable que tendía a confundirse con el retrato de un hombre joven, burgués, heterosexual y blanco, al mismo tiempo que los rasgos degenerativos, de índole físico-moral, coincidían en general con los criterios de caracterización de ciertos grupos sociales cuya inferioridad nacía de su misma colocación con respecto del modelo en términos de su edad (niños, ancianos), su sexo (mujeres, homosexuales), su clase (aristócratas, campesinos, [End Page 237] obreros), su status legal (criminales, menores), y/o su raza (negros, indios, asiáticos, etc).

El Traité des degénérescences physiques, intellectuelles et morales de l’espèce humaine et des causes que produissent ces varieteés maladives (1857) de Benedict Auguste Morel pautó las convenciones narrativas de la ficción paranoica con la cual se intentó dar cuenta de la multiplicidad sintomática de lo mórbido en cada una de las esferas del saber sobre la especie humana. Dentro de este sistema omniexplicativo la distinción metodológica entre lo físico, lo intelectual y lo moral resultaba irrelevante. 7 Según Morel, el proceso de degradación hereditario típico de la familia neuropática, su historia, estaba regido por dos leyes. Por la ley de transformación la afección morbida heredada no poseía una forma fija, más bien actuaba como una predisposición orgánica que devenía el punto de partida de múltiples transformaciones patológicas que excedían el terreno de las afecciones tradicionalmente clasificadas como mentales. Complementariamente, la ley de progresión predecía el empeoramiento de la enfermedad una vez trasmitida a las generaciones futuras. A través de estas leyes, se podría decir, Morel postulaba un ritmo narrativo específico del cuerpo, un modo de pensar genéticamente la relación entre principios y finales. Del mismo modo, los cuatro estadios generacionales en que Morel dividía el proceso degenerativo familiar se proponían como secuencias necesarias de una misma continuidad orgánica. En cada una de estas cuatro secuencias dominaba un tipo de patología mental (alcoholismo, histeria, manía homicida (o suicidio), e imbecilidad, respectivamente). La esterilidad genésica que acompañaba indefectiblemente el grado último de la degeneración mental planteaba un cierre definitivo (123).

Figures 1-2. Luis Maria Drago, Los hombres de presa . . . Buenos Aires: Felix Lajouane, 1888.
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Figures 1-2.

Luis Maria Drago, Los hombres de presa . . . Buenos Aires: Felix Lajouane, 1888.

Puesto que la diferencia sólo es significativa cuando deviene una amenaza para el sentido de autopreservación del Yo o del grupo con el cual éste se identifica, la capacidad de “ver” al Otro enfermo disminuía la carga de ansiedad. De este modo, la elaboración de estereotipos visuales fue la respuesta inmediata del miedo criollo. Con ellos sería posible detectar, para luego excluirlos de las prácticas [End Page 238] eróticas de la población, a aquellos sujetos sospechosos de degeneración. De ahí que la popularidad que alcanzaran en Argentina las teorías médicas de la degeneración mental hereditaria se vió complementada por el entusiasmo con que se adoptaron los métodos de identificación visual propuestos por la frenología y la antropología criminal para facilitar la detención y segregación de locos, criminales y prostitutas, todos ellos tipos sociales cuya conducta respondía supuestamente a tendencias degenerativas innatas. La fundación de la Sociedad Argentina de Antropología Jurídica y la publicación de obras tales como Los hombres de Presa (1888) de Luis María Drago y Causas del delito (1892) de Antonio Dellepiane son ejemplos claros de dichas elecciones epistemológicas. Complementariamente, la obsesión con el disimulo y la conspiración dió lugar a la aparición de obras en las que se intentaba distinguir entre cuerdos y alienados como La Simulación de la locura (1900) de José Ingenieros, o entre los hereditariamente talentosos y los impostores como Los disimuladores de talento en la lucha por la personalidad y la vida (1904) de José María Ramos Mejía. Esta obsesión clasificatoria estaba regida por el dominio de un sistema interpretativo paranoico que el historiador Carlo Ginzburg emparenta con lo que él llama el paradigma indiciario: un conjunto de técnicas de interpretación centrado en el valor sintomático del detalle (101). Según los médicos, la observación y estudio de ciertas partes del cuerpo podía revelar anormalidades que de otro modo habrían pasado inadvertidas, disimuladas por el efecto engañoso de la apariencia total del individuo en cuestión. Aunque en teoría cualquier parte del cuerpo (rostro, cráneo, pelvis, manos, pies, pecho, brazos) podía portar los signos inconfundibles de la degeneración, la cabeza fue objeto privilegiado de análisis, en parte quizás por su asociación inmediata con el ámbito de lo racional y mental. En el apéndice bibliográfico que cierra el ensayo de Drago encontramos una selección de los métodos más famosos del paradigma indiciario decimonónico, todos ellos centrados en la cabeza. Además del archiconocido método de Lombroso, que consistía en la identificación visual de los stigmata faciales del degenerado innato, y de las técnicas de cuantificación frenológicas de Gall, Drago destaca el sistema fotográfico diseñado por Galton, el padre de la eugenesia, con el que se pretendía establecer la imagen arquetípica del cráneo criminal. Este sistema consistía en la superposición de varias fotografías de cráneos de criminales juzgados por la ley, reveladas en papel transparente, y luego colocadas frente a una luz muy intensa. La imagen resultante (Figuras I y II) se utilizaba entonces como parámetro [End Page 239] objetivo para juzgar las formas craneales de posibles delincuentes. El sistema de Glaton reproduce en su serie operativa cada uno de los mecanismos de la paranoia médica: la oposición entre un rostro engañoso y una cara subcutánea verdadera; un criterio clasificatorio que reduce a los individuos a tipos biológicos marcados por su relación con un cuerpo ideal; y, finalmente, el deseo de identificar no tanto al transgresor de la ley como a sus posibles transgresores. La combinación de ley y herencia reducía la problemática de la familia nacional a la generación de ciudadanos biológicamente aptos.

Este es el contexto ideológico e institucional dentro del cual debe a mi criterio estudiarse el programa naturalista argentino. En la segunda parte de este trabajo, veremos cómo el naturalismo compartió la convicción generalizada de que la comunidad nacional era un cuerpo biológico cuyo bienestar dependía de la pureza racial de sus miembros entendida como salud, y que, para probar la legitimidad de sus ficciones novelescas, tomó de y compartió con la medicina presupuestos epistemológicos acerca del cuerpo y la enfermedad, estructuras narrativas, y, sobre todo, un modelo de autoridad profesional. [End Page 240]

2. Recetas naturalistas

De manera coherente con los programas de higiene pública, a fines de 1879, el crítico y periodista Benigno Lugones basó su defensa del modelo literario naturalista en la posibilidad de utilizar la ficción novelesca para ayudar a establecer científicamente una lista completa de las enfermedades morales que aquejaban a los distintos sectores de la sociedad argentina en proceso de modernización. El cuidado de la salud nacional imponía la imperiosa necesidad de saber, clasificar, inquirir en el orden de lo real para finalmente postular

un catálogo completo de los males que aquejan y que pierden al pueblo, la multitud de los vicios que ocultan en su seno las clases ricas; las miserias, las ruindades, los egoísmos de la clase media. Tenemos—continua—imperiosa necesidad de saber qué pasa en las esferas inferiores del mundo moderno, conocer sus vicios para remediarlos y sus cualidades para aprovecharlas.

Como luego el médico Luis Tamini planteara en su ensayo titulado “El naturalismo” (1880), Lugones creía que, mediante la adopción y aplicación de los conceptos y principios epistemológicos de la medicina, la novela científica podía llegar adonde todavía no habían podido las instituciones estatales de salud pública; el escritor, munido de la autoridad del médico, debía invadir lo privado porque ese era el espacio donde se decidía la salud psicomoral de la sociedad nacional en su conjunto. Así como la representación literaria del vicio y el delito señalaría al legislador los espacios sociales en los que era necesario intervenir, del mismo modo, al postular modelos negativos de conducta, la literatura naturalista colaboraría, mediante la presentación de retratos fieles de enfermos morales y los efectos reactivos de la lectura, con el fortalecimiento paulatino de un poder vigilante cuyo objetivo era disciplinar toda actividad social, en especial aquellas ligadas a las prácticas eróticas de la población. 8

La mayoría de las producciones naturalistas que aparecieron en las próximas dos décadas adoptaron como punto de partida el modelo esbozado en el ensayo de Lugones. Novelas tales como La gran aldea [End Page 241] de L.V. López, Sin rumbo y En la sangre de E. Cambaceres ¿Inocentes o culpables? de A. Argerich, La bolsa de J. Martel, Irresponsable de M. T. Podestá o Libro extraño de F. Sicardi, no sólo reflejaron las obsesiones de la medicina social, sino que participaron directamente, a través de un conjunto de técnicas representacionales, de la labor policial ejercida por las instancias institucionales del poder estatal. El cruce discursivo venía respaldado por una doble legitimación, la del prestigio del naturalismo francés, por un lado, y por el otro, la de la ciencia misma, puesto que muchos de los escritores naturalistas argentinos no sólo estudiaron y/o ejercieron la profesión médica sino que también ocuparon, como Podestá y Sicardi, puestos directivos en dependencias de salud pública, en hospitales y asilos mentales.

Habría tres procedimientos fundamentales con los que el discurso novelesco podía hacerse cargo de la tarea pragmática que se le imponía: el uso de un narrador omnisciente cuya visión infalible era capaz de penetrar incluso en los intersticios más íntimos de la subjetividad; la aplicación de tipologías normalizadoras para clasificar personajes sociales; y el desarrollo de argumentos ejemplificadores en los que se narraba la historia de un deseo transgresivo. 9 Un análisis no demasiado inquisitivo de las novelas naturalistas argentinas descubre inmediatamente cómo cada uno de los procedimientos formales mencionados está moldeado por el discurso médico. En mi opinión, la infalibilidad del narrador coincide con la capacidad objetiva de interpretar el mundo corporal que se atribuyó en el siglo XIX a la mirada clínica; la tipología normalizadora se organiza a partir de la distinción entre lo sano y lo enfermo generando una lista de personajes patológicos (el neurótico, la histérica, el sifilítico, el tísico, etc) cuya caracterización responde fielmente a los tratados médicos de la época; finalmente, la historia transgresiva adopta la estructura narrativa de un caso clínico en el que la causalidad de lo mórbido—de ciertas formas intermedias de la locura en particular—está indefectiblemente ligada al exceso de las pasiones, sobre todo del deseo sexual. Lo sexual da origen entonces a una narración mayor gobernada por la multiplicación infinita, a través de la herencia, de una patología original. En tanto se trata de una alegoría [End Page 242] de lo nacional, los casos de amor naturalistas constituyen pruebas de compatibilidad biológica entre grupos sociales en conflicto, la cual se mide por el grado de fertilidad de la pareja y la fortaleza física de su progenie.

El paralelismo entre los objetivos de la práctica médica y la literaria alcanza también la dimensión pragmática de los textos. Me refiero al circuito que liga narradores y lectores. En este sentido, el modelo comunicativo propuesto por el naturalismo argentino—de manera mucho más extrema que en la producción de los Goncourt, el primer Huysmans o Zola, con excepción quizás de la serie Trois Villes o Les Quatre Évangiles—responde claramente al sistema pragmático propio de lo que Susan Suleiman ha llamado la ficción autoritaria, es decir, la novela de tesis que busca, a través de un relato, persuadir a sus lectores, a cualquier precio, del carácter verdadero de la visión del mundo que se defiende. Como en este subgénero novelesco, los textos naturalistas argentinos se fundan en el acto ilocucionario “demostrar,” preludio y complemento de otro acto ilocucionario “exhortar,” de manera tal que la ficción deviene vehículo de un argumento con el que se trata de probar algo. En tanto buscan una respuesta práctica, estas novelas exhortan a sus lectores a tomar las medidas necesarias para revertir la situación de riesgo que sus casos patológicos sugieren (26–27). Con el respaldo de la autoridad médica, los escritores procuraban, mediante los efectos reactivos de la lectura, tanto “prevenir” como “curar.” Como el mismo Zolá proponía en su ensayo programático (29; 84), los defensores y promotores del proyecto naturalista consideraban que la función preventiva de la novela experimental debía basarse en la presentación de “exempla ad contrarium,” en oposición a los cuales los lectores podían interiorizar modelos de conducta apropiados. Uno de los mecanismos más eficaces para lograr esta objetivo consistió en la elaboración de imágenes visuales con la cuales el público podía identificar y evitar a los degenerados ocultos en la muchedumbre urbana. Cuando el objeto de la representación coincidía con las clases pudientes, estas mismas imágenes podían llegar a tener efectos terapeúticos en los lectores capaces de reconocerse en ellas y buscar los remedios necesarios para curar sus propios males. Subrayando la causalidad unidireccional de la degeneración hereditaria, estos retratos eran siempre el comienzo o la necesaria conclusión de una historia familiar patológica. A veces los marcos narrativos están anclados en las relaciones entre las caras de los padres y las de los hijos, como en En la sangre de Cambaceres donde la cara inaugural del padre [End Page 243] contrasta con la falta de rostro del hijo. Otras, se resuelven en la manifestación visual de una enfermedad oculta, como en Música sentimental del mismo Cambaceres. La alucinación que cierra La bolsa de Miró se funda en esa misma convención narrativa: la metamorfosis de la hetaira de belleza oriental en un monstruo horripilante cuya visión coincide con la demencia absoluta de quien mira constituye la matriz básica del relato naturalista. La visualización de una interioridad corrupta postula entonces un tipo de anagnórisis enraizada en la identidad corporal.

Dos de los ejemplos más extremos del modelo novelesco que he intentado establecer, los hallamos en ¿Inocentes o culpables? (1884) del médico Antonio Argerich, publicada con el subtítulo de “Novela Naturalista,” y en Irresponsable (1889) del médico Manuel T. Podestá.

El prólogo de la novela de Argerich resulta paradigmático en relación con la imbricación entre naturalismo, nacionalismo étnico e higiene social. En él, el autor se dirige al público argentino y al presidente de la República, Julio Argentino Roca, para prevenir a ambos de los efectos nefastos de la llegada masiva de inmigrantes europeos supuestamente inferiores. 10 La novela, insiste Argerich, es “fruto de verdadero patriotismo.” El autor ha elegido el género novelístico porque lo considera una manera más rápida y efectiva de influir sobre el público y obtener una respuesta práctica a los problemas de la salud de la población nacional. Para probar su hipótesis, agrega, presentará la historia ficcional de una familia inmigrante italiana, los Dagiore, como un caso médico ejemplar de las patologías que podrían ser trasmitidas a la familia criolla argentina (v-ix).

La sintaxis narrativa de ¿Inocentes o culpables? está armada de acuerdo con los estadios sucesivos de la degeneración mental tal como aparecen descritos en el Tratado de la degeneración de Morel. Como dijimos antes, de acuerdo con Morel, dos leyes de la herencia controlaban el proceso degenerativo: la ley de transformación que postulaba la metamorfosis continua de las enfermedades hereditarias de generación en generación, y la ley de progresión, la cual predecía el empeoramiento necesario de la enfermedad heredada en la cadena genealógica. Argerich presenta tres generaciones de inmigrantes, cada una de las cuales manifiesta una patología psicofísica. José, el [End Page 244] padre, víctima de la ambición y del alcoholismo, desarrolla tendencias suicidas. Dorotea, afectada ya de una sensibilidad desmedida, es llevada por su ambición social a manifestaciones del histerismo. Finalmente, José, el hijo, es un caso típico de neurastenia finisecular que, exasperada por los excesos sexuales, deviene sífilis y culmina en suicidio. Dentro de este modelo clasificatorio, las leyes de la herencia funcionarían como operadores narrativos transformacionales que trazarían una progresión necesaria desde las patologías de José padre a las de José hijo. El relato mayor englobaría relatos menores delineados de acuerdo con las secuencias básicas de la forma narrativa “caso clínico.” 11 Especularmente cada uno de los casos repite a su vez, en el desarrollo temporal de sus afecciones, el proceso de degradación que rige el macrorrelato. Por ello, inclinaciones mórbidas tales como la ambición o la hipersensibilidad “degeneran” a lo largo del texto, convirtiéndose en demencia, histeria o sífilis.

Argerich no se limita a amplificar el potencial narrativo de la teoría médica de Morel. La repetición del nombre propio en los extremos de la cadena narrativa y hereditaria (José-José) refuerza en el significante la continuidad de Lo mismo en el proceso de diferenciación genética. Al final de la historia novelesca, la superposición de la neurastenia y la sífilis resuelve a corto plazo el fatum familiar, acumulando en un mismo personaje los dos últimos estadios degenerativos de la familia neuropática establecidos por Morel. La sífilis promete, aunque no se realice en los limites de la novela, el grado extremo de la demencia y la esterilidad y, por su etiología, refuerza la idea de que la familia neuropática inmigrante se expande a través de cópulas extraviadas.

Figures 3-4. Luis Maria Drago, Los hombres de presa. Ensayo de anthropologia criminal. Buenos Aires: Felix Lajouane, 1888.
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Figures 3-4.

Luis Maria Drago, Los hombres de presa. Ensayo de anthropologia criminal. Buenos Aires: Felix Lajouane, 1888.

Figures 5-6. Prof. Dr. Franz Mracek. Atlas of Syphilis and Venereal Diseases.
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Figures 5-6.

Prof. Dr. Franz Mracek. Atlas of Syphilis and Venereal Diseases.

Simultáneamente, las conexiones entre el principio y el final proponen un sistema de visualización del Otro inferior. Además de su biografía, el primer capítulo ofrece una descripción del rostro del padre cuyos rasgos corresponden a los del criminal innato de Lombroso: la frente estrecha, la mandíbula prominente, la apariencia atávica. Al final de la novela, la cara y la biografía del padre se conectan, a través de la lógica hereditaria con la cara del hijo, consumida primero por la sífilis y luego por un disparo suicida. Hasta cierto punto, ¿Inocentes o culpables? explica cómo se llega de la cara lombrosiana a la cara sifilítica. La comparación de las dos caras muestra una diferencia de grado que convierte al inmigrante de [End Page 245] tercera generación en una figura más peligrosa. Según el argumento tácito de la novela, la primera generación poseía rasgos que permitían una identificación inmediata: la cara y la dificultad al hablar español traicionaban simultáneamente enfermedad y origen étnico. Esta afirmación coincidía con algunas de las conclusiones de los criminólogos argentinos de la época que habían identificado en casi todos los delincuentes inmigrantes, dos o más de los stigmata lombrosianos. En esta línea, en Los hombres de presa, el médico Drago incluye dos fotografías de un asesino español como prueba fehaciente de la presencia de marcas faciales reveladoras (Figuras III & IV). En comparación con estos casos, la tercera generación inmigrante era engañosa. Parecía adaptada, sana, incluso bella. No poseía marcas físicas. Hablaba bien español. Desde esta perspectiva la sífilis que cierra la narración degenerativa no sólo confirma la herencia familiar, sino también exhibe al público lector la verdadera cara de la progenie inmigrante. Como se deduce de las ilustraciones de ciertos tratados sobre la sífilis del siglo XIX (Figuras V & VI), en el imaginario médico las manifestaciones exteriores de la enfermedad [End Page 246] desmentían la aparente belleza de los rasgos faciales o del cuerpo. En la novela de Argerich, la revelación salva oportunamente a la virtuosa Carlota, la joven sana y criolla con la que José hijo deseaba casarse. El tono alarmista de la enseñanza literaria se basaba precisamente en esa situación hipotética, en la mera posibilidad de que el último rostro mostruoso tomara cuerpo en los hijos futuros de una familia étnicamente mixta.

La presencia del discurso médico en la novela no se relaciona tan sólo con la representación de casos clínicos. El narrador omnisciente interviene continuamente para dirigir la producción de sentido de acuerdo con los principios interpretativos de la teoría médica, asegurando de ese modo la efectividad de la narración autoritaria. Por si ello no bastara, la autoridad médica aparece también representada dentro del texto como portavoz de la verdad. El médico ficcional de ¿Inocentes o culpables? que diagnostica la sífilis y la esterilidad futura del hijo inmigrante es también el que prohibe su casamiento con la joven criolla. El médico novelesco hace dentro de la ficción lo que la novela de Argerich pide de sus lectores como [End Page 247] respuesta práctica al argumento naturalista, es decir, la imposición de una política matrimonial basada en la exclusión y, en el nivel gubernamental, la modificación de la política oficial inmigratoria.

La estructura narrativa de la segunda novela que propongo como paradigmática, Irresponsable del médico Manuel T. Podestá, sigue también las pautas fundamentales de un caso clínico. La aparente fragmentariedad del texto se resuelve en la unidad dada por la sintaxis clásica de la narración médica, la cual organiza las secuencias novelescas según los estadios evolutivos de una patología mental intermedia, cuyos rasgos combinan los de la monomanía de Esquirol con los de la neurastenia de Beard. Como el hijo inmigrante de Argerich, el enfermo se distingue por su falta de productividad económica y por el gasto excesivo de energía sexual y mental. Esta vez, sin embargo, el anónimo protagonista no es un inmigrante sino un criollo, venido a menos por la conjunción desgraciada del alcoholismo hereditario y los amores con una prostituta mestiza. Como en ¿Inocentes o culpables?, la historia de amor interracial con-figura el origen imaginario de la anti-familia nacional con la consecuente amenaza de esterilidad o de su complemento, la expansión hereditaria de la degeneración por todo el organismo social. Pero en contraste con la novela del médico Argerich, la unión sexual inapropiada ya se ha consumado. Mientras ¿Inocentes o culpables? se presentaba como una advertencia en cuanto a los peligros de la inmigración, Irresponsable se alimenta de un fantasma más antiguo, el de los efectos teratogenéticos de la mezcla entre criollos y mestizos.

La constitución del caso central en Irresponsable está dominada por lo que Roland Barthes ha llamado el código hermeneútico y la lógica del enigma (70–71; 176). En esta instancia particular, el enigma adopta en un principio la forma de una fisonomía sintomática. La imagen celebratoria de la comunidad alegre e inteligente de pares criollos que inaugura la memoria narrativa se ve interrumpida por la aparición sorpresiva de un rostro discordante, el del protagonista. La introducción de esa cara, cuyas facciones recrean el estereotipo visual del demente (la falta de expresión facial contrarrestrada por la movilidad de los ojos, el pelo erizado, las arrugas prematuras), quiebra la homogeneidad del “nosotros” criollo estableciendo una división radical: dentro de la comunidad de iguales hay criollos que están sanos y otros que están enfermos. La enfermedad convierte al desconocido casi en miembro de otra raza. De ahí que el narrador equipare su apariencia enfermiza con la de un “judío errante,” el modelo decimonónico del loco (Gilman 150–62). [End Page 248]

Como en la novela de Argerich, los rasgos de la cara demente serán los signos iniciales de un relato que se propone al mismo tiempo como una redundancia, puesto que las marcas corporales permiten deducir—a quien sabe “ver”—una historia previsible, y como una revelación, en el sentido en que el texto despliega ante el lector una metodología hermeneútica con la cual leer la naturaleza del Otro. Sin embargo, Irresponsable complica el modelo. Llamativamente, antes de enunciar su diagnóstico, Podestá desplaza el centro de atención de la cara del criollo alienado al cadáver de su amante mestiza. Este desplazamiento se justifica en dos niveles. Por un lado, dado que la prostituta ha desencadenado la degradación del protagonista criollo, su enfermedad—la histeria—forma parte de la etiología del “caso” principal. Por otro, en tanto ambos personajes supuestamente representan tipos socio-raciales, la combinación sexual de las dos patologías señala el origen del “mal nacional.” En este sentido, la escena de la autopsia que ocupa el segundo capítulo es especialmente reveladora. En ella se combinan la tradicional representación intraficcional de la autoridad científica con una reflexión tácita sobre los modos en que opera la práctica médica y, por extensión, la práctica literaria naturalista. La invasión y manipulación del cadáver de la joven mestiza permitirá “visualizar” aquello que está oculto corrigiendo así el efecto engañoso creado por la voluptuosidad de sus rasgos exteriores. Es por ese motivo que el médico oficiante conserva el cráneo y la pelvis de la prostituta. Para la antropometría médica, la forma y el tamaño del cráneo y la pelvis eran parámetros “objetivos” en relación con los cuales se podían establecer diferencias biológicas innatas dentro de la jerarquía sexual y racial que—se asumía—regía la humanidad (Gould 103–07; Gilman 90). Mediante la selección de esos dos órganos, Podestá resalta las prioridades de una medicina social para la cual la salud nacional dependía de la reproducción de individuos aptos. La mirada anátomo-clínica-naturalista probaría que la prostituta mestiza no sólo representaba un ser biológicamente inferior racial y sexualmente, sino también una monstruosidad femenina que no podía procrear o que reproducía su propia degeneración. Sólo un criollo debilitado por la locura podía no “ver” las consecuencias nefastas de sus relaciones con una prostituta mestiza.

Como ¿Inocentes o culpables?, Irresponsable no se limita a hacer visible las enfermedades inaccesibles a los ojos del profano. Además de confirmar la prognosis del caso central, el encierro final del criollo loco en el asilo realiza otra vez en la ficción lo que el texto [End Page 249] recomienda al lector como práctica extraliteraria: encerrar, aislar a los sujetos sospechosos de degeneración. Al mismo tiempo, la descripción exhaustiva de las cabezas deformes de los seres degenerados encerrados en el asilo presenta la imagen aterradora del futuro genético posible de uniones sexuales inapropiadas (353).

No obstante lo dicho, según Podestá, la representación de lo mórbido no proporcionaría solamente instrumentos útiles para la actividad represiva del Estado. Su difusión pública a través de la literatura podía también tener efectos terapeúticos si los lectores criollos debilitados por manifestaciones incipientes de la neurosis reconocían en la ficción los signos de su propia enfermedad. Al provocar una actividad autorreflexiva, la lectura naturalista ejercería una función regeneradora similar a la atribuida a las fotografías de pacientes en los asilos mentales a fines del siglo XIX. 12 Con una confianza ciega en la transparencia de los medios materiales utilizados, el médico naturalista creía que la representación “fiel,” realista, fotográfica, de la locura haría que el lado normal/racional del enfermo criollo reaccionara controlando de ese modo el lado anormal/bestial de su persona. La imagen misma de la enfermedad crearía así un fondo de contraste contra el cual era posible acceder a la percepción de lo normal.

Podestá sugiere la eficacia práctica de esta manera de leer mediante la ficcionalización de una escena de lectura. El protagonista alienado, al reconocer en Naná y La Taberna de Zola esbozos novelescos de su propia biografía, encuentra momentáneamente la fuerza vital para intentar un cambio de conducta (129–30). Puesto que Irresponsable supone principalmente un lector criollo educado que tenga elementos en común con el protagonista, la introducción de la interioridad de éste último aumenta, duplicándolo, el efecto vicario de la recepción. Simultáneamente, este rasgo del sistema de comunicación vigente en la novela, crea una distinción radical entre los criollos de clase alta y las clases bajas mestizadas. Como se deduce de la escena de la autopsia, la prostituta mestiza no tenía voz, su cuerpo y su interioridad “eran hablados” por la comunidad médica, masculina y blanca. Dado [End Page 250] que, como ella, sus pares extraliterarios eran—según el narrador—”incorregibles” (254), la ficción que la incluye no los piensa como posible destinatarios. El lector criollo burgués, en cambio, a pesar del final trágico de su doble novelesco, tiene la opción de salvarse a sí mismo si “lee” correctamente.

Las ficciones paranoicas de Argerich y Podestá nos ofrecen ejemplos paradigmáticos de la imbricación intertextual entre medicina y nacionalismo en el naturalismo argentino. A partir de ellas, se puede demostrar que el sistema de préstamos que rige esa relación trasciende la mera repetición de “ideas” o “conceptos” para determinar todos y cada uno de los niveles de la producción literaria, desde su organización argumental al circuito que rige las relaciones entre autores y lectores. Los escritores naturalistas argentinos trataron así de resolver lo que para E. Balibar es el problema fundamental del nacionalismo étnico y la medicina estatal: cómo producir al “pueblo” (48), o, mejor dicho, cómo hacer que el pueblo se (re)produzca a sí mismo como comunidad nacional mediante la internalización de normas de conductas basadas en una frontera imaginaria entre lo normal y lo patológico.

Gabriela Nouzeilles
Duke University

Footnotes

1. El projecto social del liberalismo local estaba basado en la voluntad de instaurar un estado nacional capitalista. De acuerdo con Max Weber, la marca distintiva de las sociedades modernas capitalistas reside en el hecho de que, en estas sociedades, el proceso de racionalización alcanza su máxima expresión. Este proceso implica, por un lado, la sistematización de las visiones del mundo, la facultad de dominar objetos y sujetos a través del cálculo y, finalmente, la elaboración de un modo sistemático de vida. El principio de racionalización da forma a todas las áreas de las actividades humanas, de modo tal que determina no sólo los procesos científicos y técnicos sino también las decisiones morales y la organización de la experiencia cotidiana.

2. Para una breve historia de las instituciones médicas en Argentina, cfr. Alfredo G. Korn y Abel L. Agüero 1985; Héctor Recalde 1989; Carlos Escudé 1989.

3. Aunque se trata de una definición polémica, se podría decir que el darwinismo social se basó en la aplicación de los principios de la teoría de la evolución, tal como surgía de The Origin of Species (1858) de Charles Darwin, al campo de los estudios sociales. Generalmente se lo ha identificado con las doctrinas de Herbert Spencer. Para una definición general, cfr. Gertrude Himmerlfarb 1968; R. J. Halliday 1971. Para el contexto científico argentino y la difusión del darwinismo, cfr. Ricaurte Soler 1968, Marcelo Monserrat 1985. Spencer creía que la analogía entre organismo y sociedad no dejaba lugar a dudas con respecto de la naturaleza biológica de la causalidad histórica: “No necesitáis más que mirar los cambios que van sucediéndose en torno nuestro, u observar la organización social en sus rasgos dominantes, para ver que éstos ni son sobrenaturales ni están determinados por las voluntades de los individuos humanos, tal como se deducía de las enseñanzas de los antiguos historiadores, sino que, en general, son consecuenica de causas naturales” (6). La percepción de tal similitud, según Spencer, se remontaba a Platón y Locke, pero sólo la conformación de la ciencia fisiológica había permitido discernir con claridad los puntos de semejanza. Éstos eran cuatro: primero, tanto las sociedades como los organismos comenzaban en pequeños grados e iban aumentando en masa; segundo, sus estructuras eran en un principio sencillas y, en su desarrollo, devenían complejas; tercero, sus partes, en principio independientes, adquirían gradualmente dependencia mutua; cuarto, la vida del sistema era independiente de la vida de las partes y mucho más prolongada que la de éstas “cada una de las cuales nace, crece, trabaja, se reproduce y muere, mientras el cuerpo político, compuesto de ellas sobrevive generación tras generación, aumentando en masa, en perfección de estructura y en actividad funcional” (15–16).

4. Esta distinción no niega que la definición liberal de la nacionalidad como “ciudadanía” también partía de la exclusión de las mujeres y de otros grupos marginales. Sin embargo, la concepción biológica de la nación restringía aún más el círculo de la argentinidad “pura” y hacía imposible su reformulación en términos del derecho civil y político.

5. Citado por Héctor Recalde (Recalde 13), el subrayado es mío.

6. El término “eugenesia” (del griego “eugenes” (“biennacido”)) fue acuñado por el inglés Francis Galton en 1883. En su famoso libro Hereditary Genius (1869) trató de probar que las habilidades intelectuales eran fruto de la herencia y no de la educación. En 1890, la teoría del plasma germinativo invariable del biólogo August Weismann pareció confirmar la hipótesis de Galton. Aunque sólo se define como teoría a fines del siglo XIX, los propósitos de la eugenesia no eran nuevos. Ya los trabajos de Thomas Malthus habían aventurado la posibilidad de manipular la reproducción de la población para obtener especímenes superiores. Cfr. Nancy Stepan 1991: 1–2, 21–34. En Argentina muchas de estas ideas llegaron en su idioma original. Sarmiento, por ejemplo, cita a Darwin y a Galton en su Conflictos y armonías de las razas en América. Por su parte, en Las neurosis de los hombres célebres, Ramos Mejía menciona, entre múltiples fuentes francesas acerca de la relación entre herencia y locura, los trabajos de Darwin y Weismann. El apogeo del movimiento eugenésico en Argentina se realizó en las tres primeras décadas del siglo XX con la formación de organizaciones tales como la Sociedad Argentina de Profilaxis Sanitaria y Racial, en 1912, la Sociedad Argentina de Eugenesia, en 1918, y, después de la Primera Guerra Mundial, la Liga Argentina de Profilaxis y la Asociación Argentina de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social. Aunque el movimiento eugenésico no fue lo suficientemente fuerte como para que se formalizaran leyes eugenésicas tradicionales, tales como las de esterilización de locos y criminales que se impusieron en la mayor parte de los Estados Unidos, no puede de todos modos negarse su influencia en el imaginario social y político de la época.

7. Antes del de Morel merece mencionarse el tratado de la herencia de Prosper Lucas, Traité philosophique et physiologique de l’heredité (1850), donde ya se insinuaba que fenómenos aparentemente tan dispares como el crimen, la locura y el alcoholismo provenían todos del exceso de pasión (Lucas 1850: 671–72). Otros tratados franceses importantes que aparecen citados o mencionados en los escritos médicos argentinos de la época son La folie héréditaire (1873) de H. Le Grande du Saulle, L’hérédité psychologique (1873) de T. Ribot, L’hérédité dans les maladies du système nerveux (1886) de J. Déjérine, y La familie névropathique de Ch. Feré.

8. El mismo Benigno Lugones, errático estudiante de medicina, había intentado colaborar en esta tarea policial al publicar en La Nación por entregas su orientalista Los beduinos urbanos, una clasificación y descripción minuciosa de los rateros porteños, y, más tarde, su estudio médico sobre las consecuencias de las prácticas eróticas de los homosexuales porteños, “Prodromo a una descripción de la pederastia pasiva” (1880). En ambos textos, Lugones conecta la enfermedad y la ley con la identidad racial (los árabes; los negros).

9. D. A. Miller cree que estos tres procedimientos ligan toda la novela realista europea con el sistema de normalización descripto por Foucault (2). Sin negar valor a su postura me parece que se impone una diferencia de grado. De todos los modelos novelescos realistas, el programa de Zolá sería el más cercano a los objetivos pragmáticos de dicho sistema de normalización y control social. El caso argentino, por otra parte, exacerbaría las tendencias de la escritura experimental europea.

10. Sobre la patologización de la figura del inmigrante, cfr. Vezzetti, Capítulo 5. Sobre las motivaciones sociales y económicas que pudieran haber producido tal fenómeno, cfr. Carl Golberg 1970.

11. Según los médicos decimonónicos, la narrativización del caso clínico constaba de cuatro fases: etiología, diagnóstico, tratamiento y prognosis.

12. Esta práctica terapéutica fue iniciada en Inglaterra por el médico Diamond en el tratamiento de pacientes histéricas. Diamond creía que el “realismo” de la fotografía tenía, por su modo de representación, un efecto beneficioso en el paciente retratado puesto que—postulaba—al ver su propia diferencia, la mente del loco se enfrentaba automáticamente con la oposición entre lo anormal y lo normal. Cfr. Gilman 1993: 355–56.

Textos Citados

Adorno, Theodor. “Reading Balzac.” Notes to Literature II. New York: Columbia UP, 1991.
Argerich, Antonio. ¿Inocentes o culpables? Novela naturalista. Buenos Aires: Imprenta del Courier del Plata, 1884.
Balibar, E. & Wallerstein I. Race, Nation, and Class: Ambiguous Identities. London: Verso, 1991.
Barthes, Roland. S/Z. Madrid: Siglo XXI, 1980.
Carlson, Eric T. “Medicine and Degeneration: Theory and Praxis.” Degeneration: The Dark Side of Progress. Eds. J. E. Chamberlin & S. Gilman. New York: Columbia UP, 1985. 121–44.
Escudé, Carlos. “Health in Buenos Aires in the Second Half of the Nineteenth Century” en Social Welfare, 1850–1950: Australia, Argentina, and Canada Compared. Ed. D.C.M. Platt. London: MacMillan, 1989. 60–70.
Foucault, Michel. The Birth of the Clinic. New York: Vintage, 1975.
Foucault, Michel. Discipline and Punish.The Birth of the Prison. New York: Vintage Books, 1979.
Freud, Sigmund. “On the mechanism of paranoia.” Complete Works. Standard Edition. Vol. XII. 59–79.
Gilman, Sander. Difference and Pathology: Stereotypes of Sexuality, Race, and Madness. Ithaca/London: Cornell UP, 1985.
Gilman, Sander, King, Helen, Rousseau, G. S. & Showalter, Elaine (eds.). Hysteria Beyond Freud. Berkeley: U of California P, 1993.
Ginzburg, Carlo. Clues, Myths, and the Historical Method. Baltimore: The Johns Hopkins UP. 1989.
Golberg, Carl. Immigration and Nationalism. Argentina and Chile, 1890–1914. Austin/London: U of Texas, 1970.
Gould, Stephen. The Mismeasure of Man. New York: W. W. Norton & Company, 1981.
Halliday, R. J. “Social Darwinism: A Definition.” Victorian Studies 14.4 (June 1971): 389–405.
Himmerlfarb, Gertrude.”Varieties of Social Darwinism.” Victorian Minds. London/New York: Knopf, 1968. 314–32.
Korn, Alfredo G. y Agüero, Abel L. “El contexto médico” en El movimiento positivista argentino. Ed. Hugo Biagini. Buenos Aires: Editorial Belgrano, 1985. 119–40
Lucas, Prosper. Traité philosophique et physiologique de l’heredité naturelle dans les états de santé et de maladie du systeme nerveux. Paris: J. B. Baillière, 1850.
Lugones, Benigno. “Carta a Rodolfo Araujo Muñoz.” La Nación. 16 de noviembre de 1879.
Miller, D. A. The Novel and the Police. Berkeley/Los Angeles: U of California, 1988.
Montserrat, Marcelo. “Presencia del evolucionismo.” El movimiento positivista argentino. Ed. H. Biagini. Buenos Aires: Editorial Belgrano, 1985. 210–22.
Morel, Benedict Auguste. Traité de degénérescences physiques, intellectuelles et morales de l’espèce humaine et des causes qui produissent ces variétés maladives, acompagné d’un Atlas de xii planches. Paris: J. B. Baillière, 1857.
Morel, benedict Auguste. Traité des maladies mentales. Paris: Libraire Victor Masson, 1860.
Pick, Daniel. Faces of Degeneration. A European Disorder, c. 1848–c.1918. Cambridge: Cambridge UP, 1989.
Podestá, Manuel T. Irresponsable. Buenos Aires: Imprenta de la Tribuna Nacional, 1889.
Recalde, Héctor. Higiene pública y secularización. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1989.
Soler, Ricaurte. El positivismo argentino. Buenos Aires: Paidós, 1968.
Spencer, Herbert. El organismo social. Madrid: La España Moderna, 1908.
Stepan, Nancy. The Hour of Eugenics: Race, Gender, and Nation in Latin America. Ithaca/London: Cornell UP, 1991.
Suleiman, Susan R. Authoritarian Fictions. The Ideological Novel as a Literary Genre. Princeton: Princeton UP, 1983.
Vezzetti, Hugo. La locura en la Argentina. Buenos Aires: Folios, 1983.
Zimmerman, Eduardo. “Racial Ideas and Social Reform: Argentina, 1890-1916” Hispanic American Historical Review 72.1 (February 1992): 23–46.
Zola, èmile. Le Roman Expérimental. Paris, 1879.

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  1. 1. El projecto social del liberalismo local estaba basado en la voluntad de instaurar un estado nacional capitalista. De acuerdo con Max Weber, la marca distintiva de las sociedades modernas capitalistas reside en el hecho de que, en estas sociedades, el proceso de racionalización alcanza su máxima expresión. Este proceso implica, por un lado, la sistematización de las visiones del mundo, la facultad de dominar objetos y sujetos a través del cálculo y, finalmente, la elaboración de un modo sistemático de vida. El principio de racionalización da forma a todas las áreas de las actividades humanas, de modo tal que determina no sólo los procesos científicos y técnicos sino también las decisiones morales y la organización de la experiencia cotidiana.

  2. 2. Para una breve historia de las instituciones médicas en Argentina, cfr. Alfredo G. Korn y Abel L. Agüero 1985; Héctor Recalde 1989; Carlos Escudé 1989.

  3. 3. Aunque se trata de una definición polémica, se podría decir que el darwinismo social se basó en la aplicación de los principios de la teoría de la evolución, tal como surgía de The Origin of Species (1858) de Charles Darwin, al campo de los estudios sociales. Generalmente se lo ha identificado con las doctrinas de Herbert Spencer. Para una definición general, cfr. Gertrude Himmerlfarb 1968; R. J. Halliday 1971. Para el contexto científico argentino y la difusión del darwinismo, cfr. Ricaurte Soler 1968, Marcelo Monserrat 1985. Spencer creía que la analogía entre organismo y sociedad no dejaba lugar a dudas con respecto de la naturaleza biológica de la causalidad histórica: “No necesitáis más que mirar los cambios que van sucediéndose en torno nuestro, u observar la organización social en sus rasgos dominantes, para ver que éstos ni son sobrenaturales ni están determinados por las voluntades de los individuos humanos, tal como se deducía de las enseñanzas de los antiguos historiadores, sino que, en general, son consecuenica de causas naturales” (6). La percepción de tal similitud, según Spencer, se remontaba a Platón y Locke, pero sólo la conformación de la ciencia fisiológica había permitido discernir con claridad los puntos de semejanza. Éstos eran cuatro: primero, tanto las sociedades como los organismos comenzaban en pequeños grados e iban aumentando en masa; segundo, sus estructuras eran en un principio sencillas y, en su desarrollo, devenían complejas; tercero, sus partes, en principio independientes, adquirían gradualmente dependencia mutua; cuarto, la vida del sistema era independiente de la vida de las partes y mucho más prolongada que la de éstas “cada una de las cuales nace, crece, trabaja, se reproduce y muere, mientras el cuerpo político, compuesto de ellas sobrevive generación tras generación, aumentando en masa, en perfección de estructura y en actividad funcional” (15–16).

  4. 4. Esta distinción no niega que la definición liberal de la nacionalidad como “ciudadanía” también partía de la exclusión de las mujeres y de otros grupos marginales. Sin embargo, la concepción biológica de la nación restringía aún más el círculo de la argentinidad “pura” y hacía imposible su reformulación en términos del derecho civil y político.

  5. 5. Citado por Héctor Recalde (Recalde 13), el subrayado es mío.

  6. 6. El término “eugenesia” (del griego “eugenes” (“biennacido”)) fue acuñado por el inglés Francis Galton en 1883. En su famoso libro Hereditary Genius (1869) trató de probar que las habilidades intelectuales eran fruto de la herencia y no de la educación. En 1890, la teoría del plasma germinativo invariable del biólogo August Weismann pareció confirmar la hipótesis de Galton. Aunque sólo se define como teoría a fines del siglo XIX, los propósitos de la eugenesia no eran nuevos. Ya los trabajos de Thomas Malthus habían aventurado la posibilidad de manipular la reproducción de la población para obtener especímenes superiores. Cfr. Nancy Stepan 1991: 1–2, 21–34. En Argentina muchas de estas ideas llegaron en su idioma original. Sarmiento, por ejemplo, cita a Darwin y a Galton en su Conflictos y armonías de las razas en América. Por su parte, en Las neurosis de los hombres célebres, Ramos Mejía menciona, entre múltiples fuentes francesas acerca de la relación entre herencia y locura, los trabajos de Darwin y Weismann. El apogeo del movimiento eugenésico en Argentina se realizó en las tres primeras décadas del siglo XX con la formación de organizaciones tales como la Sociedad Argentina de Profilaxis Sanitaria y Racial, en 1912, la Sociedad Argentina de Eugenesia, en 1918, y, después de la Primera Guerra Mundial, la Liga Argentina de Profilaxis y la Asociación Argentina de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social. Aunque el movimiento eugenésico no fue lo suficientemente fuerte como para que se formalizaran leyes eugenésicas tradicionales, tales como las de esterilización de locos y criminales que se impusieron en la mayor parte de los Estados Unidos, no puede de todos modos negarse su influencia en el imaginario social y político de la época.

  7. 7. Antes del de Morel merece mencionarse el tratado de la herencia de Prosper Lucas, Traité philosophique et physiologique de l’heredité (1850), donde ya se insinuaba que fenómenos aparentemente tan dispares como el crimen, la locura y el alcoholismo provenían todos del exceso de pasión (Lucas 1850: 671–72). Otros tratados franceses importantes que aparecen citados o mencionados en los escritos médicos argentinos de la época son La folie héréditaire (1873) de H. Le Grande du Saulle, L’hérédité psychologique (1873) de T. Ribot, L’hérédité dans les maladies du système nerveux (1886) de J. Déjérine, y La familie névropathique de Ch. Feré.

  8. 8. El mismo Benigno Lugones, errático estudiante de medicina, había intentado colaborar en esta tarea policial al publicar en La Nación por entregas su orientalista Los beduinos urbanos, una clasificación y descripción minuciosa de los rateros porteños, y, más tarde, su estudio médico sobre las consecuencias de las prácticas eróticas de los homosexuales porteños, “Prodromo a una descripción de la pederastia pasiva” (1880). En ambos textos, Lugones conecta la enfermedad y la ley con la identidad racial (los árabes; los negros).

  9. 9. D. A. Miller cree que estos tres procedimientos ligan toda la novela realista europea con el sistema de normalización descripto por Foucault (2). Sin negar valor a su postura me parece que se impone una diferencia de grado. De todos los modelos novelescos realistas, el programa de Zolá sería el más cercano a los objetivos pragmáticos de dicho sistema de normalización y control social. El caso argentino, por otra parte, exacerbaría las tendencias de la escritura experimental europea.

  10. 10. Sobre la patologización de la figura del inmigrante, cfr. Vezzetti, Capítulo 5. Sobre las motivaciones sociales y económicas que pudieran haber producido tal fenómeno, cfr. Carl Golberg 1970.

  11. 11. Según los médicos decimonónicos, la narrativización del caso clínico constaba de cuatro fases: etiología, diagnóstico, tratamiento y prognosis.

  12. 12. Esta práctica terapéutica fue iniciada en Inglaterra por el médico Diamond en el tratamiento de pacientes histéricas. Diamond creía que el “realismo” de la fotografía tenía, por su modo de representación, un efecto beneficioso en el paciente retratado puesto que—postulaba—al ver su propia diferencia, la mente del loco se enfrentaba automáticamente con la oposición entre lo anormal y lo normal. Cfr. Gilman 1993: 355–56.